“Puedes ser solamente una persona para el mundo, pero para alguna persona tú eres el mundo”.

-Gabriel García Márquez

Sin duda alguna uno de los detonantes literarios que han motivado a grandes obras es el amor, uno de los sentimientos más imponentes que puede albergar nuestra alma. Y es que después de todo, ¿quién en este mundo no se ha enamorado alguna vez en su vida? No por nada se dice que amar a alguien es robarle un pedazo de eternidad al tiempo y muestra de ello son los libros que dejamos a continuación y que perviven en nuestra época precisamente por la forma en que sus autores lograron hacer inmortales a las musas a quienes amaron.

La divina comedia – Pocas obras barrocas tienen tanta vigencia y son tan recurridas como ésta. Sobre sus protagonistas se ha creado un halo mítico en la que abundan múltiples versiones referentes a su biografía real, como por la forma en que se encuentran retratados alegóricamente en el camino que va del Infierno al Paraíso. Idealizada por el autor como la personificación máxima de la pureza celestial, se dice que Beatriz Portinari fue el único amor de Dante, quien —quizá, pues no se sabe con certeza— la vio una sola vez en su vida y a la cual nunca dirigió una sola palabra. Como solo un verdadero poeta puede hacerlo, el florentino inicia su inspirada obra con los siguientes versos en los que la desdicha ante la inminencia de del Infierno lo hace lamentarse de la siguiente manera: «En medio del camino de la vida, errante me encontré por selva oscura, en que la recta vía era perdida». Sin embargo, luego de un trayecto difícil y lleno de terrores, tristezas y lamentos, puede finalmente encontrarse con su amada, a quien le suplica: «Beatriz, guíame hacia el Paraíso, ya que Virgilio ya cumplió su misión» y más adelante, libre de pecado, en mutua comunión, afirma que; «Nuestro amor no es terrenal, porque este sentimiento es tan inmenso que no lo supera el amor de Dios por la humanidad». Con las líneas anteriores nos queda claro que amar a alguien, si bien metafóricamente, te hace estar más cerca de lo Divino de lo que pueda estar cualquier otra persona en el mundo.

La crucifixión rosa – Compuesta por Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1959), esta trilogía es un sentido homenaje a Juliette Edith Smerdt, quien una vez casada con Henry Miller adoptó para la posteridad el nombre de June Miller. Pareja inmortal, ambos se conocieron en un salón de baile en la que ella trabajaba como lo que coloquialmente conocemos como fichera. Aunque el mismo autor explica en estos libros las constantes infidelidades por parte de ambos, reconoce que June fue el verdadero aliciente por el que se pudo convertir en escritor, pues era la única que creía en él como no lo había hecho nadie en su vida.

De hecho, parte de que ella se viera con otros hombres era para poder contar con unos cuantos dólares y que él pudiera escribir desahogadamente, cosa que nunca prosperó del todo. Al final, debido a que ella tenía un amante al que no podía dejar de frecuentar, juntó el importe necesario para que él pudiera irse a París y cumplir así su sueño, con la consabida promesa de alcanzarlo en cuanto pudiera. Cruel separación, volvieron a verse años después a propósito de la publicación del primer libro de Miller, Trópico de cáncer (1934), pero nunca más pudieron estar juntos… salvo en las letras, en las que aún ahora, viven apasionadamente.

El gran Gatsby – Con un epígrafe más que directo (Una vez más, para Zelda) no cabe duda que la única mujer para Francis Scott Fitzgerald fue su primera esposa, de la que tuvo que separarse dolorosamente pues al presentar serios trastornos mentales conforme su edad avanzaba, no hubo más remedio que internarla en un sanatorio concluyendo así un intenso amor que los llevó por el mundo entero.

Alcohólico, depresivo, talentoso, el autor más codiciado en su momento de Estados Unidos dijo «muéstrame a un héroe y yo te daré una tragedia» quizá sin saber que se refería a sí mismo. Aunque Suave es la noche (1934) se considera su obra cumbre, es en El gran Gatsby (1925) que vemos alegóricamente aquella lucha que él mismo tuvo que lidiar para conquistar a Zelda, hija de buena familia que lo rechazó al principio al considerar que nunca tendría éxito como autor, no fue hasta después de publicar su primera novela que aceptó casarse con él. El resto es historia.