“A mi generación nadie le dijo cómo ser padre. Si acaso, nuestros padres nos enseñaron a ser hombres, pero nunca padres.” -Alejandro Zambra
2020 celebra el centenario de un gran escritor fuera de esta galaxia: Isaac Asimov. ¿Qué tanto se asemeja el mundo actual a lo que él escribió en Yo, robot?
A partir de que se tiene memoria, la Humanidad siempre ha querido atisbar el futuro de muy distintas maneras: desde el oráculo de Delfos hasta las líneas de la mano, pasando por la interpretación de arcanos inscritos en cartas, la conjunción de ciertos símbolos en monedas o dados, sin dejar de lado la posición de los astros en el cielo, las culturas —pero sobre todo las personas que las conforman—, han sentido una inevitable curiosidad por aquello que aún no sucede y que está por venir, porque a final de cuentas, ¿quién puede resistirse a indagar en su vida a corto, mediano y largo plazo? En fin que para saber lo que el destino nos depara, por lo general se consulta a médiums, pitonisas, videntes, astrólogos o profetas, dependiendo del arte adivinatorio al que se recurra.
La literatura, disciplina menos esotérica pero igual de mágica, ha tenido entre sus filas a escritores que aunado a su calidad artística, previeron acontecimientos sociales y avances tecnológicos en épocas en las que tales cosas parecían improbables. Ejemplos sobran: con más de medio siglo de anticipación, H.G. Wells vislumbró el rayo láser en su novela La guerra de los mundos; Julio Verne, quien acuñó la máxima de que «todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad» —y del que preferimos no redundar en los «inventos» que abundan en sus obras—, describió algo muy parecido al Internet y a la World Wide Web cien años antes de que esto fuera posible; por su parte, uno de los más destacados de la era moderna es, sin duda, Isaac Asimov, cuentista, novelista y divulgador científico del cual celebramos cien años de su nacimiento ocurrido el 3 de enero de 1920.
Con una inteligencia precoz desde niño, Asimov satisfacía su curiosidad innata en la modesta tienda de golosinas y revistas con las que su padre mantenía a la familia, gracias a los fanzines de «narrativa científica» que se habían puesto de moda para ese entonces. Reacio al principio por considerar que su hijo perdía el tiempo, pronto se dejó convencer por el pequeño quien argumentaba que si en esas publicaciones figuraba la palabra «ciencia», por fuerza debían tener algún provecho para quien las leyera, acaso la primera de sus muchas «profecías». Cabe decir que el acuerdo entre ellos fue que el joven Asimov debía devolver cada una de estas revistillas prácticamente intactas, pues como estaban a consignación en el negocio familiar —y por tanto destinadas a la venta al público—, ninguna de ellas les pertenecía en sentido estricto. Esta perseverancia rindió frutos al vender su primer relato a los dieciocho años (1938), graduarse como químico a los diecinueve (1939) y conseguir una maestría en bioquímica a los veintiuno (1941). En el plano literario y tecnológico, 1942 es un año significativo para el mundo entero incluso en la actualidad, pues nuestro autor idea un cuento en el que incluye sus famosas «Tres Leyes de la Robótica».
Titulado como «Runaround» y traducido al español como «Círculo vicioso» o «Sentido giratorio», para 1950 conformaría uno de los nueve relatos de Yo, robot, serie de cuentos enmarcados que encuentran una secuencia cronológica en voz de Susan Calvin, eminente robopsicóloga que es entrevistada por un reportero de la Prensa Interplanetaria quien la insta a contar los sucesos más importantes de la robótica —término acuñado por el propio Asimov— que van desde los inicios de esta ciencia hasta el momento de la entrevista, ubicada hacia el ya no tan lejano 2058. En un periodo que comprende de 60 a 70 años, las anécdotas de la doctora Calvin formulan complejas paradojas en las que razón, ética, ciencia y religión se contraponen con las rígidas leyes grabadas en cada cerebro positrónico de sus robots imaginarios.
Sin adelantar tramas y ateniéndonos al viejo dicho que reza que las «reglas se hicieron para romperse», en estas historias resalta la humanización alcanzada por las máquinas al intentar apegarse al pie de la letra a las «Tres Leyes», pues al hacerlo en algún momento se originan diversos conflictos como cuando Cutie, protagonista del tercer relato titulado «Razón», argumenta: «Yo, por mi parte existo, porque pienso…» por lo que perplejo, el técnico encargado de su mantenimiento intenta hacerle entender que si existe es por obra suya, ya que él fue el encargado de ensamblar sus partes, a lo que el robot insiste:
«—Fíjate en ti —dijo finalmente—. No lo digo con espíritu de desprecio, pero fíjate bien. El material del que estás hecho es blando y flojo, carece de resistencia, y su energía depende de la oxidación ineficiente del material orgánico… como esto —añadió señalando con un gesto de reprobación los restos del sándwich de Donovan—. Entras periódicamente en coma, y la menor variación de temperatura, presión atmosférica, la humedad o la intensidad de radiación afecta tu eficiencia. Eres alterable. »Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía eléctrica directamente y la utilizo con casi un ciento por ciento de eficiencia. Estoy compuesto de fuerte metal, permanezco consciente todo el tiempo y puedo soportar fácilmente los más extremados cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable proposición de que ningún ser puede crear un ser más perfecto que él, reduce tu tonta teoría a la nada.»
Tal vez sin afán de querer profetizar nada, no es tan descabellado pensar que aquello a lo que Asimov llamó robots hace más de medio siglo, actualmente se les conoce como androides, su cerebro positrónico es el equivalente a cualquier microprocesador, pero sobre todo la Inteligencia Artificial que se desarrolla en múltiples plataformas y máquinas como la ginoide Sophia se basa sospechosamente en múltiples instrucciones similares a las «Tres Leyes» postuladas por este genial escritor. Después de todo, sin pensar más en el futuro, recordemos que para entender el presente debemos conocer el pasado y no hay mejor forma de hacerlo que con obras de esta talla y con autores como Isaac Asimov.
Libro: Yo, robot. Isaac Asimov. Editorial Edhasa.