“A mi generación nadie le dijo cómo ser padre. Si acaso, nuestros padres nos enseñaron a ser hombres, pero nunca padres.” -Alejandro Zambra
No cabe duda que de todos los sentimientos que alberga el ser humano, el amor es uno de los más complejos debido a que hay en él mucha nobleza, sí, pero también desesperanza; apasionamiento y desasosiego; alegría y tristeza… Es por ello que para muchas personas amar puede resultarlo todo, aunque eso, por distintos motivos, los lleve a perderse irremediablemente…
Es cierto que para el amor no hay edad, pero también es verdad que la pasión juvenil es la que se vive con mayor intensidad. Podría deberse, quizá, a que con los años las personas aprenden a atemperar sus emociones, a controlar sus deseos, a mitigar sus inquietudes.
Al menos es lo que Emily Brontë plasmó, con apenas treinta años cumplidos y fallecida con la misma edad, en una novela llamada Wuthering Heights en una época en que la literatura inglesa ya había dado a la posteridad obras maestras escritas por mujeres, pero que a pesar de ello las aspirantes a escritoras seguían siendo sometidas al prejuicio machista de que las letras eran «cosas de hombres».
Nunca sabremos si por esas razones Emily escondía cada página suya, pero de lo que no cabe duda es que la profundidad de su escritura respecto al amor y lo que conlleva, denota una personalidad altamente sensible, asaz de una madurez e inteligencia poco frecuente en una persona que, por los pocos datos con los que se cuentan, nunca tuvo interés o relación amorosa alguna más allá de su núcleo familiar que se conformaba de dos hermanas y un hermano —el hijo pródigo que resultó el mayor fracaso de los Brontë—, así como del padre, quien los crió siendo viudo.
¿Cómo es posible, pues, que una muchacha campirana, de un humor intratable, marcada por la enfermedad ajena y la propia, sin el aparente asedio de algún enamorado furtivo, haya escrito una de las mejores novelas de su época e incluso del siguiente siglo? Ya se dijo que tuvo grandes predecesoras como Mary Shelley, por ejemplo, quien justo en el año en que nacía Emily Brontë (1818), publicaba Frankenstein o el moderno Prometeo con tan solo veinte años. Guardando las diferencias entre ellas, cabe decir que aunque ambas fueron mentes y artistas brillantes muy precoces, al momento de su debut literario Mary había visto demasiado mundo junto a su marido, con quien fue una viajera incansable, en tanto que Emily apenas había dejado la casa familiar para ir a un internado a los pocos años de nacida, mismo del que regresó muy pronto para instalarse en un frío páramo del campo inglés del que nunca salió, salvo una breve estancia en Bruselas.
Cathy, Heathcliff y Linton, el triángulo amoroso por excelencia, no solo son personajes construidos a la perfección por su verosimilitud, sino que también resultan grandes alegorías del dolor, del desamor, de la traición, de los celos, pero también de la redención, de la belleza suprema, del goce por la naturaleza que es en sí misma salvaje e impredecible. De esto nos habla Isabel Revuelta Poo en el entrañable prólogo para esta cuarta entrega de Clásicos Porrúa en colaboración con Círculo Editorial Azteca:
«Cuando Emily Brontë era apenas una niña, su padre, el párroco de Harworth, una pequeña villa en las tierras de la agreste campiña de Yorkshire, Inglaterra, a principios del siglo XIX, les regaló a ella y a sus hermanos, un juego de soldaditos de madera. Los pequeños niños ya tenían conciencia de lo trágica y cruel que podía ser la vida: su madre había muerto repentinamente, igual que sus dos hermanas mayores, debido a los maltratos y exigencias del internado donde estudiaban.
Pero la fantasía y el genio creador de la mente de los hermanos Brontë floreció de manera vigorosa a través de los juegos que inventaron con los sencillos muñecos de madera. El taciturno pastor debió sospechar de «qué estaban hechos sus hijos», ya que Branwell, el único varón, Charlotte, Anne y Emily crearon un mundo imaginario exclusivo para sus juguetes. Les inventaron a los soldaditos un pueblo, un país y una elaborada historia de un pasado común. Los cuatro escribieron poemas, libros de geografía, revistas con artículos de interés e incluso varios volúmenes con las crónicas de ese mundo imaginario.
La semilla la había sembrado su padre. Los educaba personalmente inculcándoles el férreo hábito de la lectura, ya que tras la muerte de las hermanas mayores, sus hijos no asistieron jamás a escuela alguna. El talento para escribir, lo pusieron ellos. Fueron intelectualmente precoces, en especial las hermanas. En sus tempranos veintes, las tres escribieron con éxito poemas y novelas.
Emily escribió a los dieciniueve años una de las más grandes novelas de la era victoriana: Cumbres Borrascosas. Este libro que devoré ansiosa y conmovida en mi adolescencia y, al igual que muchas otras jovencitas, caí enamorada del terriblemente atormentado, lastimado por el abuso, roto por el abandono y por eso cruel y despiadado Heathcliff. Hipnotizada absolutamente por la personalidad voluntariosa y dulce de Cathy. Sorprendida por la tenacidad del amor, y del odio, que trascendió los tiempos y los mundos de sus personajes. Por el páramo, por la venganza, la locura, el olvido y la memoria. Todo ello regresó a mí al leer nuevamente esta obligada novela. Ahora más consciente de la hazaña de su autora. De sus propios tiempos y de sus propios mundos. De sus amores y odios. De sus costumbres y pasiones.
Las hermanas Brontë publicaron en la década de 1840, tres obras emblemáticas del esplendor de la era victoriana. Charlotte escribió Jane Eyre; Anne, Agnes Gray, y Emily, Cumbres Borrascosas. Profundamente apasionada y sensible, Emily, fue la más susceptible a la vida familiar. No se sobrepuso a la tragedia de su hermano Branwell, quien murió enfermo y fracasado a los veinte años de edad. Emily, en la cumbre de la fama, absolutamente desolada, sólo le sobrevivió seis meses más. Murió antes de cumplir treinta años. Todos los hermanos Brontë murieron en la flor de la vida. Pareciera que las inhóspitas tierras medias y los complejos personajes de su famosísima novela refleja lo vivido en carne propia, sin restarle un ápice de genialidad a su magnífica pluma, sorpresiva, intensa, profunda.
Cumbres Borrascosas es épica para los lectores actuales. Para los jóvenes en particular, me atrevo a enfatizar. Por esa desolación y ese misterio que encerraban los páramos y por las emociones contradictorias y profundas de sus enamorados y atribulados protagonistas. Ambas sensaciones indispensables en la formación del carácter juvenil. De la propia naturaleza humana. Emily Brontë balanceó tales emociones de manera magistral. Leerla de nuevo me transportó a esa etapa fundacional de mis propios tiempos y de mis propios mundos emocionales. Aplaudo muy agradecida y entusiasmada esta reedición de Círculo Editorial Azteca y Editorial Porrúa, de una de mis novelas favoritas.»
–Isabel Revuelta Poo
Libro: Cumbres Borrascosas. Emily Brontë. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por Isabel Revuelta Poo.