(cuento)*

Apenas se bajó el short y puso sus ojos sobre los tuyos, su miembro se hinchó.

Los dos estaban en el mismo cuarto. Él en el otro extremo, parado bajo el marco de una puerta. ¡Que cosa tan insignificante era Satán!, pensaste; te pareció tímido, escuálido con su metro sesenta, su piel morena y su bigote de indio que apenas le brotaba, y ese uniforme de equipo de futbol llanero que le quedaba muy grande y lo hacía verse insignificante.

© Arturo Sandoval

Su miembro no estaba mal, te dijiste, cuando siguió creciendo y sentiste el tuyo inflarse ante la visión. Aunque habías visto mejores. Pero la verga de Satán no se conformó con el primer hervor y siguió creciendo, y ni siquiera se detuvo cuando llegó al tamaño de la mejor columna de carne que alguna vez hubieras sentido dentro de ti, y siguió hinchándose, a lo largo y a lo ancho, inflada por un fuerza salvaje, por una sangre infinita, por un río invisible de truenos expandiendo sus paredes cavernosas más, más, todavía más hasta llegar arriba de tu cabeza; ¡era tan ancha que podrías haber amarrado un columpio a ella y mecídote durante días!

© Arturo Sandoval

¿Cómo podía ser que ese tronco siguiera pegado al cuerpito de ese naco rascuache con su mirada acomplejada? No pudiste guardar por mucho ese pensamiento, porque la verga hirsuta de Satán latió, bum tum, bum tum; alcanzaste a ver la cara del Indio poner los ojos en blanco cuando un temblor recorrió el tronco desde su raíz, y como un relámpago, como una carcajada, brotó del glande que pendía encima de ti en forma de una gota de putrefacción, una gota negra que olía a muerte, a aguas negras, a sangre cocida, pero que en vez de doblarte del asco, te puso más caliente de lo que nunca habías estado: tu sangre hirvió en espuma, se te doblaron las rodillas y cuando la gota de esa erupción magnífica resbaló de la verga de Satán, alcanzaste a voltear para arriba y recibirla con la boca.

La gota cayó sobre tu lengua y te quemó como fuego. Pero se apagó al instante; de esa inmediata cicatriz creció una flor, que en un respirar te llenó la boca de pétalos anaranjados, olorosos.

*Texto cedido por el autor.

Alejandro Carrillo (Ciudad de México, 1981). Creador de tintachida.com, una comunidad de ideas y experimentos para ganarse la vida escribiendo. Escribió para la serie de televisión María de todos los Ángeles. Ha impartido clases de literatura en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es maestro residente de la escuela para escritores Literaria, donde da un curso de novela. Tiene talleres de narrativa continua desde hace 5 años y ha dado cursos de escritura de Pelea y Novela en diferentes escuelas presenciales y en línea. Ha publicado en diferentes medios de México y España, entre ellos, Vice, Noise, Excelsior, Pull The metal. Con su primer novela, Adiós a Dylan, ganó el premio Mauricio Achar literatura Random House en el 2016. Encuéntralo en elaletz.com