El conflicto entre el bien y el mal es el tema universalmente más presente en todas las posibles modalidades de expresión humana; y Fiódor Dostoievski uno de sus mejores exponentes dentro de la literatura. La obra que mejor enmarca lo anterior es Crimen y Castigo.

¿EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS?

¿Crees que, como afirmaba Maquiavelo, “el fin justifica los medios”? En la vida de una persona, la mente experimenta más de un centenar de montañas rusas. En medio de este cúmulo de información, la ética representa una carga extremadamente considerable. Crimen y Castigo pone el dedo en la llaga sobre temas que a la fecha no acaban de ser comprendidos, la culpa y la conciencia, lo correcto e incorrecto y el poder de la psicología humana.

No hay duda que esta obra del autor ruso, es la más renombrada, un clásico de la literatura psicológica y una de las narraciones obligadas de la literatura universal.

Fiódor Dostoievski es el escritor ruso por excelencia. Nació en 1821 y creció inmerso en una sociedad cuyo sustento era principalmente el campo. Pese a que el interés del autor estuvo constantemente inclinado hacia el conocimiento, siendo joven, su vida dio un giro inesperado cuando el destino lo llevó a pasar un tiempo en Siberia como miembro del ejército. Sobre su experiencia como militar, es sabido que el trabajo introspectivo que puede experimentar una persona se presenta en aquellos momentos en que la mente se encuentra vulnerable y reflexiva. Dostoievski al vivir periodos de profunda soledad dentro de una atmósfera fría e inhóspita, tuvo oportunidad de hacerse cuestionamientos sobre la existencia del ser humano y sobre su discurrir en el mundo. Crimen y Castigo es resultado de dichas cavilaciones.

La historia que relata la presente obra se publicó por primera vez en 1866 en una revista y más tarde en formato novela. Su argumento gira alrededor de un estudiante, Rodión Raskólnikov, que al encontrarse en una crisis económica durante la Rusia imperial zarista de San Petersburgo, se ve obligado a abandonar sus estudios universitarios y a acudir a Aliona Ivánovna, una vieja usurera que a costa de su ambición y egoísmo, despoja al joven de sus pertenencias a cambio de una pequeña cantidad de dinero que al final no resolvería nada. Mediante aires de grandeza e inmerso en enojo y frustración, Rodión decide asesinar a la anciana bajo el argumento de que seres como ella envilecen y parasitan la sociedad. 

El clímax de la obra no llega con el asesinato, si no con la justicia ejercida no por un sistema penitenciario sino por la mente del criminal.  Es el castigo aplicado por la conciencia. El protagonista se ve envuelto en una tormenta de remordimiento y paranoia tras cometer la transgresión. La pregunta sería entonces ¿Hasta dónde sabemos qué está bien o mal? ¿Es posible vivir sin la conciencia tranquila? A continuación te regalamos un fragmento de las primeras y angustiantes horas después de haberse cometido el crimen, el protagonista aquí serán las inquietudes del criminal.

Fragmento de Crimen y Castigo.

Raskolnikof permaneció largo tiempo acostado. A veces, salía a medias de su letargo y se percataba de que la noche estaba muy avanzada, pero no pensaba en levantarse. Cuando el día apuntó, él seguía tendido de bruces en el diván, sin haber logrado sacudir aquel sopor que se había adueñado de todo su ser. De la calle llegaron a su oído gritos estridentes y aullidos ensordecedores. El escándalo lo despertó. «Ya salen los borrachos de las tabernas se dijo Deben de ser más de las dos.» Y dio tal salto, que parecía que le habían arrancado del diván. «¿Ya las dos? ¿Es posible?» Se sentó y, de pronto, acudió a su memoria todo lo ocurrido. En los primeros momentos creyó volverse loco. Sentía un frío glacial, pero esta sensación procedía de la fiebre que se había apoderado de él durante el sueño. Su temblor era tan intenso, que en la habitación resonaba el castañeteo de sus dientes. Un vértigo horrible le invadió. Había algo que no comprendía. ¿Cómo era posible que se le hubiera olvidado pasar el pestillo de la puerta? Además, se había acostado vestido e incluso con el sombrero, que se le había caído y estaba allí, en el suelo, al lado de su almohada. «Si alguien entrara, creería que estoy borracho, pero…» Corrió a la ventana. Había bastante claridad. Se inspeccionó cuidadosamente de pies a cabeza. Miró y remiró sus ropas. ¿Ninguna huella? No, así no podía verse. Se desnudó, aunque seguía temblando por efecto de la fiebre, y volvió a examinar sus ropas con gran atención. Pieza por pieza, las miraba por el derecho y por el revés, temeroso de que le hubiera pasado algo por alto. Todas las prendas, hasta la más insignificante, las examinó tres veces. Lo único que vio fue unas gotas de sangre coagulada en los desflecados bordes de los bajos del pantalón. Con un cortaplumas cortó estos flecos. Se dijo que ya no tenía nada más que hacer. Pero de pronto se acordó de que la bolsita y todos los objetos que la tarde anterior había cogido del arca de la vieja estaban todavía en sus bolsillos. Aún no había pensado en sacarlos para esconderlos; no se le había ocurrido ni siquiera cuando había examinado las ropas. En fin, manos a la obra. En un abrir y cerrar de ojos vació los bolsillos sobre la mesa y luego los volvió del revés para convencerse de que no había quedado nada en ellos. Acto seguido se lo llevó todo a un rincón del cuarto, donde el papel estaba roto y despegado a trechos de la pared. En una de las bolsas que el papel formaba introdujo el montón de menudos paquetes. «Todo arreglado», se dijo alegremente. Y se quedó mirando con gesto estúpido la grieta del papel, que se había abierto todavía más. De súbito se estremeció de pies a cabeza. ¡Señor! ¡Dios mío! murmuró, desesperado ¿Qué he hecho? ¿Qué me ocurre? ¿Es eso un escondite? ¿Es así como se ocultan las cosas? Sin embargo, hay que tener en cuenta que Raskolnikof no había pensado para nada en aquellas joyas. Creía que sólo se apoderaría de dinero, y esto explica que no tuviera preparado ningún escondrijo. «¿Pero por qué me he alegrado? se preguntó . ¿No es un disparate esconder así las cosas? No cabe duda de que estoy perdiendo la razón.» Sintiéndose en el límite de sus fuerzas, se sentó en el diván. Otra vez recorrieron su cuerpo los escalofríos de la fiebre pero al cabo de cinco minutos se despertó, se levantó de un salto y se arrojó con un gesto de angustia sobre sus ropas. «¿Cómo puedo haberme dormido sin haber hecho nada? El nudo corredizo está todavía en el sitio en que lo cosí. ¡Haber olvidado un detalle tan importante, una prueba tan evidente!» Arrancó el cordón, lo deshizo e introdujo las tiras de tela debajo de su almohada, entre su ropa interior. «Me parece que esos trozos de tela no pueden infundir sospechas a nadie. Por lo menos, así lo creo», se dijo de pie en medio de la habitación. Después, con una atención tan tensa que resultaba dolorosa, empezó a mirar en todas direcciones para asegurarse de que no se le había olvidado nada. Ya se sentía torturado por la convicción de que todo le abandonaba, desde la memoria a la más simple facultad de razonar. «¿Es esto el comienzo del suplicio? Sí, lo es.» En este momento le asaltó una idea extraña: pensó que acaso sus ropas. Inmediatamente volvió del revés el bolsillo y vio que, en efecto, había algunas manchas en el forro. Un suspiro de alivio salió de lo más hondo de su pecho y pensó, triunfante: «La razón no me ha abandonado completamente: no he perdido la memoria ni la facultad de reflexionar, puesto que he caído en este detalle. Ha sido sólo un momento de debilidad mental producido por la fiebre.» Y arrancó todo el forro del bolsillo izquierdo del pantalón.  «Pero ¿qué hacer?» lo mejor es que me lo lleve y lo tire en cualquier parte. Sí, en cualquier parte y ahora mismo.». Al fin un golpe violento dado en la puerta le sacó de su marasmo.

 

La culpa es un sentimiento en el que la persona presta toda su energía a las consecuencias negativas de algún acto o pensamiento. Para entenderla es fundamental pensar en la ética de cada sociedad y los “demonios de cada persona”. Esta obra aborda un tema que en ocasiones olvidamos que es más poderoso que cualquier justicia social: la conciencia, la mente y los alcances de ella. Dostoievski demuestra para su tiempo y los siglos venideros que una gran historia policiaca no necesariamente es la que relata una persecución física sino aquella donde el enemigo más voraz es nuestra mente, pero que al final da a notar las angustias y en sentir de una sociedad abandonada y segregada por un titánico sistema imperial.

Libro: Crimen y castigo. Fiódor Dostoievski. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por José Luis Mora.