Vamos a ubicarnos en Inglaterra del siglo XIX, el periodo más prospero de ese país que además fue pionero de la famosa Revolución Industrial y reino con la monarca más longeva de su historia, la Reina Victoria.

En este contexto, ahora que comienza el año y es común sentirse en la necesidad de mejorar nuestra salud y aspecto, queremos platicarte del intrigante y complejo mundo de las apariencias y su impacto en las sociedades de todos los tiempos. Para esto, nos disponemos a hacer un juego de espejos bastante entretenido: dos escritores, uno después del otro con la misma intención humorística y satírica, abordaron el mismo tema pero desde perspectivas diferentes. Uno enfocado hacia el género femenino, el otro hacia el masculino. A continuación te contamos cómo sucedió.

Era el año de 1850, cuando al clérigo anglicano Edward Caswall le pareció entretenido publicar una colección de apuntes literarios, de tono notablemente humorístico Estampas de señoritas, respecto a la variopinta y limitada sociedad femenina de su tiempo; misma que con el reinado de Victoria , ubicó a la mujer en un lugar del que era primordial no moverse, con deberes y papel específico, llamada: “el ángel del hogar”. Cabe apuntar, que dicho escrito de tintes misóginos adquirió éxito inmediato. Pero esta fama no hubiera trascendido sin la reacción del inigualable Charles Dickens, autor de Grandes esperanzas y Canción de Navidad. En respuesta a este escrito, el simpático escritor, buscó compensar a las señoritas con su creación Estampas de caballeretes y parejitas; y así equilibrar la balanza y demostrar que los hombres también podían ser sometidos a la sátira sin salir mejor parados en el transcurso. Te invitamos a leer un poco de las dos obras, que más allá del tono, resultan una exageración por una parte, y la contestación por la otra, del pensamiento de una época.

La señorita atareada
En nuestra juventud pensábamos que no había más que una señorita atareada en el mundo; dicha señorita estaba eternamente ocupada en hacer, de la mañana a la noche, esto o lo otro aunque por más que lo intentamos nunca pudimos descubrir qué era lo que la ocupaba. Admitiremos que , a nuestro humilde entender, a veces daba la impresión de que no estuviese haciendo nada. Pero ¿cómo iba a ser así cuando no hacía más que repetirle a todo el mundo, una docena de veces al día, que era la persona más atareada del mundo? Entre sus múltiples ocupaciones, había una en la que se esforzaba con una asiduidad inigualada desde los días de Penélope. Consistía en sentarse delante del fuego ante un artilugio de madera parecido a un cadalso, en el que había extendido una tela muy tensa. Sobre dicha tela trabajaba horas y horas, con energía inagotable y una paciencia sin parangón. Sea como fuere, es un hecho histórico probado que nunca pasó de la cola y la punta de una oreja. O bien, se había quedado sin hilo cuando se disponía en enhebrar la aguja; o alguien entraba; o alguien salía; o la llamaban con urgencia para atender algún otro asunto de importancia aún mayor como regar un geranio nuevo; o tenía que escribir una pieza musical que nunca terminaba…

El caballerete presuntuoso
Hay cierto impostor- un caballerete fanfarrón, jactancioso y engreído- contra el que deseamos prevenir a la parte más hermosa de la creación, a la que hemos consagrado nuestro trabajo… El caballerete presuntuoso tiene tan a menudo un padre poseedor de enormes fincas en algún lejano distrito de Irlanda que miramos con suspicacia a cualquier caballerete que nos dé semejante descripción de sí mismo. El difunto abuelo del caballerete presuntuoso era dueño de inmensas posesiones y una riqueza indescriptible; dicho caballerete recuerda como si fuera ayer la biblioteca del difunto baronet, el caballerete presuntuoso, principesco, muy principesco. ¡Ah!… Otra notable característica es que dice conocer a una extraordinaria variedad de personas en todo el mundo. Así, en todas las discusiones, cuando se queda sin argumentos, afirma conocer a alguna persona íntimamente relacionada con el asunto, cuyo testimonio decide el asunto a su favor, para gran admiración de tres señoritas de cada cuatro que consideran al caballerete presuntuoso, un caballerete muy bien relacionado y una persona encantadora.

Finalmente, por medio de una “comedia ocasional”, y un genuino humor, los dos integran el mismo mensaje; la absurda necesidad de darle un peso abismal a los códigos de conducta, mediante etiquetas como «la señorita poco agraciada» o «el caballerete sumamente simpático», que aunque hablen específicamente de un momento como lo fue la época victoriana, la idea de los estereotipos y la excesiva preocupación por la imagen es absolutamente vigente. Sin duda esta lectura hace al lector, pasar un buen rato con buen humor, en tanto, no hay que perder de vista que el mundo de las apariencias y las exigencias sociales, es eso, exigencias y apariencias que como en este ejemplo claro tienden a ser objeto de sátiras en la medida en que el discurso se hace más superficial. Lo que tenemos que tener claro es que sentirse bien por dentro, es demostrar bienestar por fuera, aunque sea casi imposibles salir de los estándares, la felicidad y la salud comienzan en el apapacho interno.

 

Libro: Estampas de caballeretes y parejitas y Estampas de señoritas. Charles Dickens, Edward Caswall. ALBA Editorial.