“A mi generación nadie le dijo cómo ser padre. Si acaso, nuestros padres nos enseñaron a ser hombres, pero nunca padres.” -Alejandro Zambra
Para Círculo Editorial Azteca hacer difusión de las obras literarias más significativas de todos los tiempos es una tarea primordial. Es por ello que con el lanzamiento de la Colección Clásicos Porrúa – CEA, y con ayuda de distinguidos líderes de comunicación y de la opinión pública, se pretende hacer llegar a la audiencia de todos los medios aquellos títulos que han marcado a más de una generación.
Con una mirada crítica, profunda, pero sobre todo humana, dejamos a continuación el prólogo de la primera entrega de esta serie a cargo de Héctor de Mauleón, reconocido escritor y periodista que gracias a sus letras nos acerca a Frankenstein o el moderno Prometeo desde un punto de vista que sin lugar a dudas nos invita a sumergirnos esta obra inmortal.
“Para entender la importancia del libro que ahora tienes en tus manos te haré una pregunta simple: ¿te imaginas tu vida sin Wi-Fi? Estoy seguro de dos cosas: uno, que tu respuesta fue un rotundo NO y dos, que empezaste a temblar de miedo nada más imaginarte sin conexión a la red el resto de tus días… Y si estamos hablando de un invento bastante joven —apenas hace 20 años que llegó para quedarse—, imagínate qué pasaría en el mundo entero si la electricidad se esfumara de un momento a otro. ¿A poco no te imaginas un escenario espeluznante, algo verdaderamente espantoso? Pues bueno, entremos en el tema y veamos porqué la electricidad puede dar por resultado un cuento de terror y uno magnífico, por cierto.
Aunque la fuerza eléctrica es una manifestación física que ha estado presente desde el inicio de los tiempos, no fue sino hasta poco después de la Revolución Industrial que los científicos, médicos e inventores de la época empezaron a tomarla en serio. Poco después, un señor llamado Luigi Galvani, experimentando con ella en su laboratorio, rozó sin querer un anca de rana con un metal que previamente había cargado para otro experimento y —¡milagro!— la pata saltó a pesar de que el animal del cual provenía estaba muerto muchas horas atrás, quizá días. Lo curioso del asunto es que la esposa, quien había pedido al marido que cortara varias ancas para preparar la cena, se maravilló horrorizada al pensar que si la electricidad podía resucitar la pata de una simple rana, ¡entonces podía resucitar a cualquiera! El rumor corrió más rápido que la luz —vaya ironía— y ya para principios del siglo XIX había médicos que realizaban horripilantes demostraciones con cadáveres electrificados tanto en las cortes reales, como en las cárceles con los recién ejecutados. De hecho, era tal el impacto en el público, que en uno de estos presidios fue tan violenta la carga eléctrica que le aplicaron al cuerpo inerte del criminal, que los asistentes pidieron al verdugo que cortara en dos su garganta por el miedo a que se levantara como si nada.
Es en este contexto histórico que una muchachita bella e inteligente, con ideas feministas heredadas por su madre, y de un amplio criterio cultural gracias a su padre, vino a revolucionar más de un género literario de una sola sentada. Mary Wollstonecraft Godwin tenía 16 años cuando se fugó de casa con su único y verdadero amor, el poeta Percy B. Shelley. Huyendo por toda Europa del padre de la primera y de la esposa del segundo, la pareja llegó a una región alemana oscura y tenebrosa en la que aún pervive un castillo medieval conocido por el nombre de la familia que lo puso en pie: Frankenstein. Además, ahí mismo oyeron hablar de un tal Johann Conrad Dippel, alquimista que había vivido en la fortaleza y cuyos experimentos en su interior buscaban mudar el alma de un cadáver a otro, razón por la cual fue desterrado a Berlín.
La atmósfera lúgubre quedó grabada en nuestra autora hasta que dos años después la familia Shelley visitó a un viejo amigo conocido como Lord Byron en una villa vacacional en Ginebra, recinto del que casi no salieron debido al mal clima, por lo que en una de tantas veladas, aburridos de leer, beber y platicar de lo mismo, el anfitrión lanzó el reto de que cada uno de los presentes debía crear una historia de terror que leería a los demás el tiempo que estuvieran ahí. Al parecer al día siguiente nadie salvo Mary y el médico de Lord Byron, un jovenzuelo enamorado del poeta aristócrata llamado John Polidori, pusieron manos a la obra: el galeno legó al mundo su relato El vampiro, mientras que Mary redactó y editó Frankenstein o el moderno Prometeo entre sus 18 y 19 años y a los 20 consiguió mandarlo a imprenta para ver la luz en 1818, obra en la que ciencia, alquimia y teología se amalgaman a la perfección en una novela única en su género.
No te voy a contar toda la historia, pero deseo rescatar la premisa de esta fantástica obra reflejada en una de las escenas más conmovedoras del libro que estás a punto de leer: vagando por el bosque el monstruo —que nunca tiene nombre— ve cómo una niña está a punto de ahogarse en un río y corre a salvarla arriesgando su propia vida, pero al sacarla del agua el padre de ésta le dispara a quemarropa pensando que por su horrible aspecto, ese gigante no puede ser sino alguien ruin. Es debido a estos factores que Frankenstein resulta un clásico universal que retrata de manera insuperable el anhelo de la humanidad por ser aceptada, por ser amada tal como es, ya que nadie nace siendo malo en sí mismo, es la suma de los factores externos y el rechazo social los que nos vuelven así. Al menos así lo creía Mary Shelley.”
–Héctor de Mauleón
Libro: Frankenstein. Mary Shelley. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por Héctor de Mauleón.