Podría pensarse que una novela donde ocurren pocas cosas no es interesante. Para quien sea de esta idea seguramente no ha leído a Virginia Woolf, célebre escritora inglesa que se hizo a sí misma mediante la convicción de conseguirse «un cuarto propio» costara lo que le costara. Insigne feminista, fue también una persona valiente que decidió dar fin a sus múltiples afecciones por voluntad propia y con ello su vida.

Transgresora, valiente, depresiva, pero sobre todo talentosa, Virginia Woolf fue una escritora de vanguardia que supo amalgamar una obra sólida compuesta por novelas, ensayos, biografías, crítica literaria y diarios. En lo que respecta a Al faro (1927), su quinta novela publicada, gran parte de su inspiración provino de sus recuerdos de infancia en el condado de Cornualles, campiña británica donde veraneaba regularmente con su familia.

No es poco decir que un par de años antes ya se había ganado un lugar en la literatura inglesa con La señora Dalloway (1925), texto experimental que no solamente salvó la editorial que había fundado con su esposo, la mítica Hogarth Press, sino que también influyó directamente en su siguiente obra.

 

La trama de Al faro se resume en pocas palabras: el matrimonio Ramsay pasa unos días en su casa de campo y surge entre ellos una discusión porque el hijo pregunta si es posible visitar el faro que se ve desde el hogar, petición a la que accede la madre y a la que el padre se opone. Poco después ocurre una cena con amigos de la familia donde la señora Ramsey procura que todo salga a la perfección, pues guardar las formas era «un deber» para todas las familias de la época victoriana, responsabilidad que recaía primordialmente en las mujeres. Luego hay un salto en el tiempo y el libro cierra diez años después, momento en que el padre y el hijo se embarcan hacia el faro. Este aparente argumento simple le sirve de pretexto a Virginia Woolf para demostrar que los grandes dramas suceden lejos de una historia evidente y ocurren en el interior de los personajes. A manera de ejemplo podría decirse que las guerras se luchan en el campo de batalla, sí, pero donde verdaderamente se sufren es en el alma de los combatientes.

Si en música la noción de silencio es fundamental, en las obras de Virginia Woolf la sutileza de lo no dicho entre sus actores funciona al mismo nivel. Es la introspección, los hallazgos propios de cada protagonista lo que dan importancia al llamado «flujo de la conciencia» que tanto ella como James Joyce pusieron tan en boga en la literatura de entre guerras.

Por otra parte, este discurrir intelectual consigo mismo sirvió como aliciente para que la  autora pudiese manifestar abiertamente sus posturas feministas. ¿Es deber de una buena esposa ofrecer una cena perfecta? ¿Una pintora en ciernes nunca despuntará como una gran artista por las simples opiniones de un poeta consumado? En su prólogo a la séptima entrega de Clásicos Porrúa en colaboración con Círculo Editorial Azteca, Luisa Cantú reflexiona sobre estos y otros puntos acerca de la vigencia moral y social de Virginia Woolf:

«Cuando pienso en Virginia Woolf, la imagino a la orilla del río, temblando por el peso de las piedras en los bolsillos de su abrigo. Cerrando los ojos y sintiendo primero cómo se mojan las plantas de sus pies, luego los tobillos, el ombligo y los orificios de la nariz; hasta que el agua la abraza y entonces encuentra la quietud. Sólo flota su cansancio, ella se hunde en un último acto de independencia y, por fin, apaga las voces en su cabeza.

Tras años de lucha contra la bipolaridad, se suicidó en 1941. Hoy en día es difícil separar su obra de este acto. Leerla en retrospectiva es encontrar sus ansiedades entretejidas en sus personajes. Así sucede en Al faro, su quinta novela y, quizá, la más personal de todas.

En este aparente relato costumbrista sobre el verano en una casa de playa inglesa se asoman los profundos dolores que Woolf cargó desde la infancia: las repentinas pérdidas de su madre y su hermana; sus batallas internas contra el deber ser y la nostalgia por los paisajes que escenificaron muchas de sus otras historias.

También plasmó el contexto histórico: cuando escribió esta novela eran tiempos de guerra y de lucha feminista en Europa, y aunque Woolf quedó marcada por ambas sólo peleó en las filas de la segunda. La oleada de esas décadas quería derrocar los sometimientos silenciosos: el económico y el intelectual, que muchas veces se ejercían a través del matrimonio, un tema medular en Al faro.

La pluma fue el arma de Virginia y la usó para dar voz a sus protagonistas y que ellas dijeran y fueran lo que muchas mujeres a principios del siglo XX tenían prohibido. Son niñas que corren con los pies descalzos, adolescentes rebeldes que toman largos paseos por la playa, artistas solteras, ancianas pobres que trabajan para sobrevivir y acomodadas amas de casa que sueñan con el momento de ir a la cama para tener un instante de privacidad.

Dos años después Woolf escribió una de las biblias del feminismo alrededor de esta misma idea: en la soledad las mujeres podemos ser. Todas necesitamos “una habitación propia”.

Aunque Al faro no tiene el mismo reconocimiento mundial, es considerada una de las novelas inglesas más importantes del siglo pasado. Por el fondo, pero también por la forma: la escritora nutre cada escena con múltiples perspectivas, por ejemplo, en lugar de narrar una cena, nos la cuenta desde los pensamientos de todos los presentes. Además nos adentra en los monólogos que cada uno tiene, sus personajes son entrañables porque tienen secretos que sólo el lector conoce y muchas veces comparte.

Estas páginas son una metáfora de la vida. Siempre vamos al faro y el camino inevitablemente tendrá momentos de luz y de oscuridad. Woolf desistió de buscar tierra firme a los 59 años, pero sus mapas, estos escritos, nos han dado pistas a miles. Que le sirvan a usted, lector o lectora, para llegar a su destino.»

Luisa Cantú

Libro: Al faro. Virginia Woolf. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por Luisa Cantú.