La novela Los de abajo de Mariano Azuela no es en vano, la creación literaria más importante de la Revolución Mexicana, como proceso histórico y una problemática social, la obra hace énfasis y crea una perspectiva normalmente olvidada, la de “los de abajo”. La de aquellos que vivieron la lucha desde la pobreza y la ignorancia, en un sitio donde la ideología de la causa ya perdía sentido. Y en su lugar, latía el deseo ferviente de poder, de venganza, finalmente, de ser alguien.

Mariano Azuela González, Premio Nacional de Literatura, nació en Lagos de Moreno, Jalisco el 1 de enero de 1873. Estudió la carrera de Medicina en la Universidad de Jalisco, pero su afición por la escritura lo siguió a lo largo de su vida profesional durante la época del Porfiriato. Cuando Francisco I. Madero publicó el Plan de San Luis, con el que estalló la Revolución, Azuela fue nombrado jefe Político en Lagos, y en 1913 tras ser perseguido por los partidarios de Victoriano Huerta, se incorporaría al ejército del general Pancho Villa como médico, en apoyo a la causa revolucionaria.

En 1915 durante su estancia en Estados Unidos, escribió y publicó mediante entregas semanales para un periódico local mexicano, la novela por la que trascendería como el escritor de la Revolución, Los de abajo. Es curioso que la obra de un médico aficionado a la literatura haya causado tal revuelo. La cuestión está en que en su totalidad, es una obra de carácter histórico y testimonial. En ella se advierten experiencias propias del autor y específicamente del periodo en que formó parte del ejército de Pancho Villa.

Es así como Los de abajo desde su salida al mundo, ha trascendido por su inigualable valor documental, por su lenguaje típicamente coloquial e inusual para la literatura de su tiempo, pero en mayor medida, por plasmar la visión que en ocasiones busca ignorarse cuando se trata de caudillos y batallas triunfantes: la mirada de los que no supieron por qué luchaban, esas personas que hicieron la Revolución pero eran ajenos involuntariamente a sus ideales, el pueblo; del cual, es imposible despegarse pero sobre todo no encariñarse a través de la pluma de Azuela.

La historia comienza cuando unos federales en plena época de la Revolución, irrumpen en la humilde casa de Demetrio Macías, personaje principal, haciendo de las suyas y lastimando a su familia, hecho que despertará en él sed de venganza y de poder que con el tiempo crecerá, y en consecuencia, hará que su vida se transforme en un instante, llevándolo hacia el camino de la lucha armada y del dolor, en el ejército de Pancho Villa y su movimiento revolucionario dentro de una intermitente batalla por el poder.

“La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval…” Mariano Azuela

Fragmento de Los de abajo.

—Te digo que no es un animal… Oye cómo ladra el Palomo… Debe ser algún cristiano… La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra. — ¿Y que fueran siendo federales? —repuso un hombre que, en cuclillas, yantaba en un rincón, una cazuela en la diestra y tres tortillas en taco en la otra mano. La mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca. Se oyó un ruido de pesuñas en el pedregal cercano, y el Palomo ladró con más rabia. — Sería bueno que por sí o por no te escondieras, Demetrio. S e puso en pie. — Tu rifle está debajo del petate —pronunció ella en voz muy baja. El cuartito se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincón descansaban un yugo, un arado, un otate y otros aperos de labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño. Demetrio ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba, vestía camisa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate y guaraches. Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche. El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del corral.

De pronto se oyó un disparo, el perro lanzó un gemido sordo y no ladró más. Unos hombres a caballo llegaron vociferando y maldiciendo. Dos se apearon y otro quedó cuidando las bestias. —¡Mujeres…, algo de cenar!… Blanquillos, leche, frijoles, lo que tengan, que venimos muertos de hambre. — ¡Maldita sierra! ¡Sólo el diablo no se perdería! — Se perdería, mi sargento, si viniera de borracho como tú… Uno llevaba galones en los hombros, el otro cintas rojas en las mangas. —¿En dónde estamos, vieja?… ¡Pero con una… ¿Esta casa está sola?—¿Y entonces, esa luz?… ¿Y ese chamaco?… ¡Vieja, queremos cenar, y que sea pronto! ¿Sales o te hacemos salir? —¡Hombres malvados, me han matado mi perro!… ¿Qué les debía ni qué les comía mi pobrecito Palomo? La mujer entró llevando a rastras el perro, muy blanco y muy gordo, con los ojos claros ya y el cuerpo suelto. — ¡Mira nomás qué chapetes, sargento!… Mi alma, no te enojes, yo te juro volverte tu casa un palomar; pero, ¡por Dios!… No me mires airada… No más enojos… Mírame cariñosa, luz de mis ojos, acabó cantando el oficial con voz aguardentosa.

— Señora, ¿cómo se llama este ranchito? —preguntó el sargento. —Limón —contestó hosca la mujer, ya soplando las brasas del fogón y arrimando leña. — ¿Conque aquí es Limón?… ¡La tierra del famoso Demetrio Macías!… ¿Lo oye, mi teniente? Estamos en Limón. — ¿En Limón?… Bueno, para mí… ¡plin!… Ya sabes, sargento, si he de irme al infierno, nunca mejor que ahora…, que voy en buen caballo. ¡Mira nomás qué cachetitos de morenal… ¡Un perón para morderlo!… — Usted ha de conocer al bandido ese, señora… Yo estuve junto con él en la Penitenciaría de Escobedo. — Sargento, tráeme una botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía con esta morenita… ¿El coronel?… ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?… ¡Que vaya mucho a…! Y si se enoja, pa mí… ¡plin!… Anda, sargento, dile al cabo que desensille y eche de cenar. Yo aquí me quedo… Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto. ¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco ronco… ¡Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra mitad!… ¿Y qué le hace…? Es mi gusto. Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, estás muy lejos; arrímate a echar un trago. ¿Cómo que no?… ¿Le tienes miedo a tu… marido… o lo que sea?… Si está metido en algún agujero dile que salga…, pa mí ¡plin!… Te aseguro que las ratas no me estorban.

Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta. —¡Demetrio Macías! —exclamó el sargento despavorido, dando unos pasos atrás. El teniente se puso de pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua. — ¡Mátalos! —exclamó la mujer con la garganta seca. — ¡Ah, dispense, amigo!… Yo no sabía… Pero yo respeto a los valientes de veras. Demetrio se quedó mirándolos y una sonrisa insolente y despreciativa plegó sus líneas. — Y no sólo los respeto, sino que también los quiero… Aquí tiene la mano de un amigo… Está bueno, Demetrio Macías, usted me desaira… Es porque no me conoce, es porque me ve en este perro y maldito oficio… ¡Qué quiere, amigo!… ¡Es uno pobre, tiene familia numerosa que mantener! Sargento, vámonos; yo respeto siempre la casa de un valiente, de un hombre de veras. Luego que desaparecieron, la mujer abrazó estrechamente a Demetrio. — ¡Madre mía de jalea! ¡Qué susto! ¡Creí que a ti te habían tirado el balazo! — Vete luego a la casa de mi padre —dijo Demetrio. Ella quiso detenerlo; suplicó, lloró; pero él, apartándola dulcemente, repuso sombrío: —Me late que van a venir todos juntos. — ¿Por qué no los mataste? —¡Seguro que no les tocaba todavía! Salieron juntos; ella con el niño en los brazos. Ya a la puerta se apartaron en opuesta dirección. La luna poblaba de sombras vagas la montaña. En cada risco y en cada chaparro, Demetrio seguía mirando la silueta dolorida de una mujer con su niño en los brazos. Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban grandes llamaradas. Su casa ardía…

Mariano Azuela inauguró con su producción escrita, un nuevo estilo que se destaca por ser detalladamente realista y por su carácter testimonial. Los de abajo enfatiza en el fenómeno que caracterizó a la Revolución Mexicana, y establece una diferencia entre el movimiento con causa ideológica y la lucha resultado de disturbios. Esta novela hoy es un referente obligado para abordar la complejidad de una época de rupturas y a la vez, una obra que habla de una sociedad, de una cultura y de un autor que vivió y plasmó tanto una visión, como un sentir por su país.

En estas fechas es importante recordar de qué estamos hechos, de dónde venimos y porqué somos de cierta forma. La Revolución Mexicana no se queda en un tiempo determinado, sino da cuenta de uno de los procesos más complejos que hoy forman parte importante de lo que somos y cómo nos desenvolvemos ante el mundo.

Libro: Los de abajoMariano Azuela. Fondo De Cultura Económica.