“A mi generación nadie le dijo cómo ser padre. Si acaso, nuestros padres nos enseñaron a ser hombres, pero nunca padres.” -Alejandro Zambra
A propósito de su reciente nominación al Oscar como mejor película, revivamos una de las más entrañables novelas de todos los tiempos: Mujercitas.
“Hay un libro en el que creí ver reflejado mi futuro: Mujercitas… Yo quería a toda costa ser Jo, la intelectual. Compartía con ella el rechazo a las tareas domésticas y el amor por los libros, Jo escribía, y para imitarla empecé mis primeros cuentos cortos”
-Simone de Beauvoir-
El espejo de una realidad femenina
Desde la perspectiva “generalizada”, la novela Mujercitas ha estado erróneamente clasificada dentro de la categoría de “para mujeres”. Una encuesta de la cadena de televisión BBC, dio a conocer que dicha novela “para mujeres” es uno de los libros más leídos de la literatura norteamericana, y Jo, su personaje principal, una de las mujeres que más han dejado huella e inspirado a millones de lectoras y lectores. El motivo en gran parte, se encuentra en la historia de su autora, Louisa May Alcott. Acompáñanos a averiguar por qué.
Para comprender qué fue lo que rodeó a esta obra y las condiciones que hicieron posible su creación, es pertinente saber quién fue su autora. Louisa May Alcott nació el 29 de noviembre de 1832 en Germantown Pensilvania. En pleno siglo XIX la tensión política y social entre el norte y el sur crecían en los Estados Unidos, uno de los motivos eran las discrepancias sobre la permanencia de la esclavitud, lo que detonó el inicio de la Guerra de Secesión en 1861.
Hija del reformista Amos Bronson Alcott, pedagogo, escritor y filósofo, vinculado al movimiento abolicionista, al sufragio femenino y a la reforma educativa, tanto Louisa como sus hermanas crecieron bajo dichos ideales a través de los cuales, la escritora vivió y basó toda su producción literaria. Fue así que en contra de la formación escolar estándar, los padres de la familia Alcott decidieron enseñar a sus hijas en casa. Sin embargo, la decisión de mantener filosofías distintas, obligaron a las hermanas a trabajar desde temprana edad con el objetivo de ayudar a sus padres en la manutención de su hogar.
Pronto, Louisa comenzó a escribir bajo ese amplio bagaje cultural. Asimismo, participó en movimientos reformistas en apoyo a la abolición de la esclavitud y de causas como los derechos de la mujer y la reforma educativa. Naturalmente, alguien que comulgaba con la alfabetización femenina, la solicitud de divorcio por parte de las esposas y defendía la igualdad intelectual de género, inevitablemente debía dejar huella feminista en lo que escribía.
Lo curioso de esta historia es que Louisa nunca tuvo la intención de escribir Mujercitas, el libro que la condecoraría hasta nuestros días. Si bien éste se publicó en 1868, su creación fue solicitada por el editor de la joven escritora quien buscaba de Alcott un libro dirigido al público femenino joven y aseverando que la publicación de dicha obra, sería la condición para que así, ella pudiera dar a conocer otros manuscritos.
El libro fue escrito a regañadientes, la autora no pudo evitar plasmar parte de su propia historia en él, con aspectos como la posición económica de la familia, sus tres hermanas y por supuesto, la creación de Jo, personaje principal inspirado en la misma Louisa. En tanto, la historia se sitúa en Concord, Massachusetts, durante la Guerra de Secesión donde la familia March trata de sobrellevar la ausencia del padre de familia, quien se encontraba en el campo de batalla. Así el relato está enfocado en la Sra. March y sus cuatro hijas, Meg, Jo, Beth y Amy al lado de sus complicaciones, sus aspiraciones, sus amores y su difícil devenir en una sociedad machista. Aunque vemos el retrato y las aventuras de cinco mujeres, la autora pone gran énfasis en la libertad individual que se convierte en una sutil y temprana manifestación de feminismo. Para Alcott, la idea de que el objetivo y finalidad de las mujeres estuvieran constreñidos al matrimonio, la ponía triste y a la vez, le parecía una forma de reducir su existencia.
Te compartimos un especial fragmento de la novela que se ha convertido en libro de cabecera y que regaló en su momento y hasta ahora, otra perspectivo de los alcances y la existencia de la mujer en la sociedad de todos los tiempos. A continuación te presentamos a las integrantes de la familia March mediante una bonita conversación que deja ver por qué han sido tan queridas.
Mujercitas.
‹Seguramente nuestros lectores jóvenes querrán formarse una idea del aspecto de nuestras heroínas, así que aprovecharemos para trazar un dibujo de las cuatro hermanas ocupadas en hacer calceta en un crepúsculo de diciembre. Margaret o Meg, la mayor de las cuatro chicas, tenía dieciséis años; era muy bonita, regordeta y rubia; tenía los ojos grandes, abundante pelo castaño claro, boca delicada y unas manos blancas, de las cuales se vanagloriaba un poco. Jo, que tenía quince años, era muy alta, esbelta y morena, y le recordaba a uno un potro; nunca parecía saber qué hacer con sus largas extremidades, que se le atravesaban en el camino. Tenía la boca decidida, la nariz respingada, ojos grises muy penetrantes, que parecían verlo todo, y se ponían alternativamente feroces, burlones o pensativos. Su única belleza era su cabello, hermoso y largo, pero generalmente lo llevaba descuidadamente recogido en una redecilla para que no le estorbara; los hombros cargados, las manos y los pies grandes y un aire de abandono en su vestido y la tosquedad de una chica que se hacía rápidamente mujer a pesar suyo. Elizabeth o Beth tenía unos trece años; su cara era rosada, el pelo liso y los ojos claros; había cierta timidez en el ademán y en la voz; pero una expresión llena de paz, que rara vez se turbaba. Su padre la llamaba “Pequeña Tranquilidad”, y el nombre era muy adecuado, porque parecía vivir en un mundo feliz, su propio reino, del cual no salía sino para encontrar a los pocos a quienes amaba y respetaba. Aunque fuese la más joven, Amy era una persona importantísima, al menos en su propia opinión. Una verdadera virgen de la nieve; los ojos azules, el pelo color de oro, formando bucles sobre las espaldas, pálida y grácil, siempre se comportaba como una señorita cuidadosa de sus maneras. El reloj dio las seis, y después de limpiar el polvo de la estufa Beth puso un par de zapatillas delante del fuego para calentarlas. De una manera u otra la vista de las viejas zapatillas tuvo buen efecto sobre las chicas porque venía la madre, y todas se dispusieron a brindarle un buen recibimiento.
‐Están muy gastadas; mamá debería tener otro par. ‐¿Saben lo que debemos hacer? ‐dijo Beth ‐; que cada una le compre un regalo de Navidad, y no comprar nada para nosotras. ‐Me alegro de encontrarlas tan divertidas, hijas ‐dijo una voz resuelta en la puerta, y actores y espectadores se volvieron para recibir a una señora algo regordeta, maternal, cuyos ojos parecían decir “¿puedo ayudarlo?”, con aire verdaderamente encantador. Pero para los hijos las madres son siempre hermosas, y las chicas pensaban que aquella capa gris y aquel sombrero pasado de moda cubrían la mujer más espléndida del mundo. ‐Bueno, queridas mías, ¿cómo lo han pasado hoy? Había tanto que hacer preparando los cajones para enviarlos mañana, que no volví para la comida. ¿Ha venido alguien, Elizabeth? ¿Cómo está tu resfriado, Margaret? Jo, pareces muy fatigada. Ven y dame un beso, niña. Mientras hacía estas preguntas maternales, la señora March se ponía las zapatillas calientes, y, sentándose en la butaca, puso a Amy sobre sus rodillas, disponiéndose a gozar de su hora más feliz del día. Las muchachas iban de un lado a otro, tratando de poner todo en orden, cada una a su modo. Meg preparó la mesa para el té; Jo trajo la leña y puso las sillas, dejando caer volcando y haciendo ruido con todo lo que tocaba; Beth iba y venía de la sala a la cocina, y Amy daba consejos a todas mientras estaba sentada con las manos cruzadas.
Mientras se sentaban a la mesa, la señora March dijo, sonriéndose: ‐Tengo una grata sorpresa para después de la cena. Una sonrisa feliz pasó de cara en cara como un rayo de sol. Beth palmoteó, sin hacer caso de la galleta caliente que tenía, y Jo sacudió la servilleta, exclamando: ‐¡Carta! ¡Carta! ¡Tres vivas para papá! ‐Sí, una carta larga. Está bien, y piensa que soportará el frío mejor de lo que pensamos. Envía toda clase de buenos deseos para Navidad, y un mensaje especial para sus hijas ‐dijo la señora March acariciando el bolsillo como si tuviera en él un tesoro. ‐Coman rápido. En aquel tiempo duro se escribían muy pocas cartas que no conmovieran, especialmente entre las enviadas a casa de los padres. En esta carta se decía poco de las molestias sufridas, de los peligros afrontados o de la nostalgia a la cual había que sobreponerse; era una carta alegre, llena de descripciones de la vida del soldado, de las marchas y de noticias militares; y sólo hacia el final el autor de la carta dejó brotar el amor paternal de su corazón y su deseo de ver a las niñas que había dejado en casa. “Mi cariño y un beso a cada una. Diles que pienso en ellas durante el día, y por la noche oro por ellas, y siempre encuentro en su cariño el mejor consuelo. Un año de espera para verlas parece interminable, pero recuérdales que, mientras esperamos, podemos todos trabajar, de manera que estos días tan duros no se desperdicien. Sé que ellas recordarán todo lo que les dije, que serán niñas cariñosas para ti, que cuando vuelva podré enorgullecerme de mis mujercitas más que nunca.” Todas se conmovían al llegar a esta parte, Jo no se avergonzó de la gruesa lágrima que caía sobre el papel blanco […] Louisa fue enfermera durante la guerra y como resultado falleció a los 55 en 1888 años, a consecuencia de una intoxicación por mercurio, pero su obra la ha mantenido con vida por medio de su prosa. Mujercitas es una novela que sobre líneas solo parecería la historia de un grupo de hermanas. La realidad es que dentro del texto es mucho más que eso, es testimonio de un momento, una pancarta de la necesidad de empoderar a la mujer y paralelamente, la firme postura de ayudar a los que más lo necesitan, la sobrevaloración de los bines materiales y la voz femenina en contra de la esclavitud, un atisbo de la voz del feminismo y la convicción de que es nuestro deber levantar la voz y seguir nuestras convicciones›.
Sin duda alguna Mujercitas es una obra trascendental de la literatura universal y ha logrado romper todas las barreras del tiempo. No es raro que su éxito la haya llevado a la gran pantalla en cinco ocasiones, siendo la última, la protagonizada por Meryl Streep, Emma Watson, Saoirse Ronan y Laura Dern. Dirigida por Greta Gerwig. Un imperdible clásico que merece ser disfrutado por todos.
Libro: Mujercitas. Louisa May Alcott. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por Hannia Novell.