Leído en cientos idiomas, impreso en miles de ediciones y con millones de lectores por todo el mundo, H.P. Lovecraft es uno de esos autores fundacionales que a su vasta obra se suman día a día páginas referentes a ella, así como a su creador: biografías, estudios, ensayos críticos, aproximaciones literarias, teorías cosmogónicas e incluso astrológicas se publican por montones a cada instante, en lo que respecta a la imaginería del hijo pródigo de Providence, así que para quien guste estudiarlo a él o a sus letras, no le resultará difícil encontrar una amplia bibliografía compuesta por textos que van desde la superchería fanática, hasta interesantes artículos, sin dejar de lado insignes volúmenes completos que giran en torno al «universo lovecraftiano».

Como cada hombre que se hace a sí mismo, Lovecraft tuvo que aprender a resignificar las circunstancias de sus orígenes, su paso por la vida, sus ambiciones, sus limitantes, sus desdichas, sus frustraciones, para darle sentido a una existencia que a todas luces auguraba fracaso y miseria, no precisamente por falta de oportunidades, capacidad o inteligencia, sino porque el destino así lo había decretado.

Con un padre internado y muerto en un hospital psiquiátrico; con una madre y dos tías sobreprotectoras; con un abuelo cómplice que compartía con él su gran biblioteca y el gusto por la mitología clásica; con la consiguiente muerte del patriarca, de la obsesiva madre y por lo tanto de su endeble posición económica; con un matrimonio fallido; con un odio irracional a las personas de color o de cualquier extranjero de la costa Este de Estados Unidos; con todo ello a cuestas, Lovecraft se erigió como un escritor inusual cuya original obra deslumbró a sus —no tan notables— colegas de la época.

Famoso y célebre en vida dentro de un selecto grupo de editores, escritores y lectores, suponemos que no supo —o quiso— sacar ventaja de los tirajes cada vez más numerosos de la revista Weird Tales, serial donde era el colaborador más rentable y de calidad. Ahí, además de haber sacado a la luz sus más notables narraciones, hizo amigos generosos y leales, si no en metálico, al menos sí como corresponsales destacando las más de cincuenta mil cartas que Lovecraft dejó escritas a todos ellos.

Debates más, polémicas menos, la difusión de su obra se debe al en aquel entonces joven Robert Barlow, que contaba con apenas veintún años cuando a deseos expresos de HPL, se convirtió en su albacea literaria al morir. Indignados los demás amigos cuando en un arranque de juventud Barlow hizo una edición rústica de 75 ejemplares con una selección de algunos de los mejores cuentos lovecraftianos, la mayoría le retiraron la palabra, además de «exigirle» la devolución de la obra entera del maestro. Fue así que este alumno, amigo, confidente, escribano y posiblemente amanuense de Lovecraft, se desencantó del mundillo literario, donó la mayoría de los manuscritos originales a la universidad de Brown, para posteriormente encontrar en el estudio de las sociedades prehispánicas el secreto que ya había buscado de otras maneras igual de sorprendentes e imaginativas, aunque menos ficticias. Célebre antropólogo, Jefe del Departamento de Antropología de la UNAM, Barlow decidió suicidarse en la Ciudad de México en 1951, no sin antes pegar a la entrada de su cuarto una nota escrita con pictografía maya que rezaba: «No me molesten, deseo dormir por mucho tiempo», tal vez como un eco de aquella máxima ideada a su vez por Lovecraft en La llamada de Cthulhu: «No está muerto aquello que puede dormir eternamente». En su prólogo a la octava entrega de Clásicos Porrúa, en colaboración con Círculo Editorial Azteca, el Capi Pérez reflexiona con su característico humor sobre la figura de H.P. Lovecraft, pero sobre todo de esta singular historia engendrada desde las pesadillas del mundo antiguo:

«¿Has visto la bizarra serie de Rick y Morty? Entre que sí, entre que no, te platico de que va: en ella un científico loco —Rick— viaja por múltiples líneas temporales acompañado por su inseparable nieto —Morty— quien además de ser su ayudante y compinche, también es el responsable de poner en cintura a su abuelo en el momento en que sus descabelladas aventuras los ponen en peligro, cosa que sucede en cada capítulo.

Basta de comerciales, porque lo que interesa aquí es la parte donde ambos personajes pueden saltar de una dimensión a otra, las consecuencias de hacerlo y, sobre todo, el escritor que sentó las bases imaginarias —y no tan imaginarias— de los viajes cósmicos a través de lo que ahora conocemos como el “multiverso”.

Tampoco es como que te vaya a hablar de alguien desconocido, aunque la verdad, sí era un tipo que se la vivía bajo una piedra y que pocas personas frecuentaban cuando estaba vivito y coleando. Me refiero nada más y nada menos que a míster Howard Phillips Lovecraft —o Howie, como le digo de cariño—, un verdadero friki entre los frikis y el rey de los nerds cuando todavía ni siquiera se inventaba esa palabra. ¿Por qué? Para empezar imagínate que fue huérfano de padre y lo criaron su mamá junto con dos tías solteronas y su abuelo, quien más allá de ser el típico viejito agrio se convirtió en algo así como su primer bro, y uno de los buenos, pues prefería dejarlo en casa en lugar de mandarlo a la escuela. En fin que tampoco se quedaba sin hacer nada, pues a los cinco años ya se había echado Las mil y una noches completitas en la gran biblioteca de su casa y las raras veces que su jefecita lo dejaba salir con los demás chamacones de la cuadra, en lugar de trenzarse a golpes y jugar pesado como lo hacían ellos, él los organizaba para representar obritas históricas basadas en textos académicos, por lo que te podrás imaginar que Howie no era el más popular ni mucho menos el más amiguero del mundo. Y pues más o menos esa fue la vida que llevó hasta que estiró la pata a la edad de 46 años, o sea: libros, encierro y soledad.

Ahora pasemos a la parte chida de Howie, sus historias. La más famosa de ellas, sin duda, es La llamada de Cthulhu. ¿Y de qué va? Imagínate que un chavalón como de tu edad se entera de que un tío muy anciano muere en extrañas condiciones y entre sus cosas se encuentra una estatuita con cara de pulpo, cuerpo de dragón y, si es posible, con algo de apariencia humana también; poquito después un detective se pone en contacto con el viejo y le cuenta un caso rarísimo en el que tuvo que arrestar en un pantano escondido a una secta de caníbales que danzaban alrededor de una estatua igualita a la del anciano, mientras que —casual, ¿verdad?— en los árboles de alrededor colgaban de los pies muchos cadáveres humanos como si fueran testigos del loquísimo ritual ese. Mientras tanto, en el mundo entero personas de distintos países empiezan a tener pesadillas en las que aparecen ciudades deformes y monstruosas sumergidas bajo el mar, hasta que… ¡Ah, verdad!, ¿qué dijiste, el Capi me va a contar todo? ¡Pues no! Porque lo padre de Lovecraft es que descubras por tu propia cuenta sus finales bizarros, pero lo que sí te puedo decir es que todos ellos siguen siendo muy actuales, por ejemplo: ¿conoces la película del Joker? Bueno, pues el manicomio donde es internado este archicriminal, Arkham, es obra de Howie entre muchas otras, así que no esperes más y abre este libro de otro mundo, donde seres de las estrellas vuelan a la tierra que ahora pisas, igual que en Rick y Morty, ni más ni menos.»

Capi Pérez

Libro: La llamada de Cthulhu. Howard Phillips Lovecraft. Colección Clásicos, Editorial Porrúa y Círculo Editorial Azteca. Prólogo por Carlos “Capi” Pérez.