Hace 50 años Neil Armstrong fue el primer hombre que sintió bajo sus pies el suelo terroso lunar. En tanto, muchos años antes, en 1870 el genio de la literatura Julio Verne con su obra Alrededor de la luna, ya se había planteado esa idea.

Jules Gabriel Verne, popularmente conocido en el mundo de habla hispana como Julio Verne, fue un escritor, poeta y dramaturgo francés condecorado, precursor del género de ciencia ficción y visionario en la creación de múltiples inventos y hechos posteriormente creados y llevados a cabo; tales como el submarino eléctrico, viajar en el aire en lugar de por mar, la magna red de comunicaciones llamada hoy Internet, el aire acondicionado y por supuesto el pronóstico de que algún día hombre llegaría a la luna.

Nació en Nantes, Francia el 8 de febrero de 1828. Desde sus primeros años se mostró rebelde. El legado familiar apuntaba que debía dedicarse a la abogacía, sin embargo su curiosidad, el gusto por escribir y leer revistas de ciencia pudo más que el deber, pues tras casarse y ejercer pocos años como agente de bolsa, escribió su primer éxito Cinco semanas en globo (1863).

El impulso que sentía Verne no sólo por investigar descubrimientos científicos, sino por imaginárselos como una de las cosas de las que estaba seguro que el hombre era capaz, fue tan poderosa que lo llevó a escribir más de 100 obras de las que se han hecho diversas versiones narrativas, televisivas y cinematográficas. Bien decía que “Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo realidad”. Alrededor de la luna es la prolongación de De la Tierra a la Luna otra historia escrita por el autor en la que entre conocimientos y fantasía, Verne teje una narración verdaderamente original en cuyo planteamiento el escritor se convierte en un profeta.

La historia se ubica en el año 1865, cuando en la ciudad de Baltimore, un grupo de investigadores deciden materializar el gigante proyecto de llegar a la luna por medio de un enorme cañón. Para ello, tres valientes voluntarios se atreverán a viajar en el interior de la dicha nave/proyectil. Las aventuras que en el trayecto sucederán serán sorpresas que llevarán al lector a adentrarse y encariñarse con esta fascinante novela en la que al final, sabremos si lo lograron o no. Te invitamos a leerla con nosotros.

Al correr el año 186… sorprendió al mundo entero la noticia de una tentativa científica sin ejemplo en los anales de la ciencia. Los miembros del «Gun-Club», círculo de artilleros fundado en Baltimore durante la guerra de Secesión, concibieron el propósito de ponerse en comunicación nada menos que con la Luna, enviando hasta dicho satélite una bala de cañón. El presidente Barbicane, promotor del proyecto, después de consultar a los astrónomos del observatorio de Cambridge, tomó las medidas necesarias para el éxito de aquella empresa extraordinaria, que la mayor parte de las personas componentes declararon realizable, y después de abrir una suscripción pública que produjo cerca de treinta millones de francos, dio principio a su tarea gigantesca. Según la nota redactada por los individuos del observatorio, el cañón destinado a lanzar el proyectil debía colocarse en un país situado entre los 0° y 28° de latitud Norte o Sur, con objeto de apuntar a la Luna en el cenit. La bala debía recibir el impulso capaz de comunicarle una velocidad de doce mil yardas por segundo; de manera que, lanzada por ejemplo, el 10 de diciembre, a las once menos trece minutos y veinte segundos de la noche, llegase a la Luna a los cuatro días de su salida, o sea el 5 de diciembre, a las once en punto de la noche, en el momento en que el satélite se hallara en su perigeo, es decir, a su menor distancia de la Tierra, o sean ochenta y seis mil cuatrocientas diez leguas justas. Los principales individuos del «Gun-Club», el presidente Barbicane, el comandante Elphiston, el secretario J. T. Maston y otros hombres de ciencia celebraron repetidas sesiones en que se discutió la forma y composición de la bala, la disposición y naturaleza del cañón, y por último, la calidad y cantidad de la pólvora que había de emplearse. De estas discusiones salieron los siguientes acuerdos: 1. Que el proyectil fuese una bala de aluminio de ciento ocho pulgadas de diámetro y sus paredes de doce pulgadas de espesor, con un peso de diecinueve mil doscientas cincuenta libras. 2. Que el cañón tenía que ser un columbiad de hierro fundido, de novecientos pies de largo y vaciado directamente en el suelo. 3. Que la carga se haría con cuatrocientas mil libras de algodón pólvora, las cuales, produciendo seis millones de litros de gas bajo el proyectil, podrían lanzarlo fácilmente hasta el astro de la noche. Una vez resueltas estas cuestiones, el presidente Barbicane, auxiliado por el ingeniero Murchison, eligió un punto situado en la Florida en donde después de maravillosos trabajos, quedó fundido el cañón con toda felicidad. Así se hallaban las cosas, cuando ocurrió un incidente que vino a aumentar de un modo extraordinario el interés de aquella gigantesca empresa. Un francés, un parisiense caprichoso, artista de talento y audacia, manifestó el deseo resuelto de encerrarse en el proyectil a fin de llegar a la Luna y practicar un reconocimiento del satélite de la Tierra…

Sin duda, Julio Verne cambió la forma de percibir la ciencia y los alcances del hombre. En su momento, esta obra fue objeto de críticas y aplausos. No obstante, es imposible negar que Verne nos regaló no únicamente su valiosa imaginación sino que permitió al hombre de su tiempo proyectarse y asumirse como un ser capaz de llegar no únicamente a la luna, sino a descubrir el universo y su naturaleza misma. Después de él, el mundo real y el de la literatura jamás volvieron a ser lo que eran.